En el siglo XVII, las Islas Canarias prosperaron gracias al vino de malvasía, que capturó la atención de los ingleses y elevó la economía local. Sin embargo, la creación de una compañía inglesa para monopolizar el comercio del vino desencadenó una rebelión en Garachico, donde los comerciantes y eclesiásticos destruyeron las bodegas de los ingleses en un intento por recuperar el control del mercado. A pesar del éxito inicial de la revuelta, la posterior competencia con el oporto portugués y el aumento de aranceles impuestos por Inglaterra, junto con desastres naturales, finalmente llevaron a la caída de la industria vinícola canaria.