Frente a la casa de María (67) y Julio (69), hay dos acacias, muy viejas. Sus ramas están enlazadas y parecen formar una sola copa. Una de ellas tiene toda la apariencia de estar seca. Cuando llega la primavera y reverdecen, no es posible distinguir si las hojas crecidas son de uno o de los dos árboles. María y Julio discuten: ella cree que está seca y que hay que tirarla abajo; teme que se pueda caer sobre alguien. Él duda, cree que no está muerta todavía, y la riega, como en un acto de fe. Julio plantó esa acacia cuando nació uno de sus hijos y no le es fácil admitir lo que María dice. Enlazada con este conflicto se teje la vida de dos personajes en una casa de más de cien años. La visita de algún vecino, una fiesta, los recuerdos y los fantasmas, la lluvia y los sueños, las acciones reiteradas día a día, las estaciones, las variaciones de las luces y de las sombras, construyen la trama, para que todo, silenciosa e irreversiblemente, nos hable del paso del tiempo.